Keyron vs Papá Takatsuka

—Así que aquí es —

Un joven de cabello naranja, apariencia delgada y el rostro levemente marcado por el cansancio del viaje se paró en medio de una enorme roca en lo que parecía ser un acantilado cercano a las montañas del país de la roca. Llevaba un atuendo simple, que consistía en un pantalón marrón, una polera naranja, una cinta naranja y zapatos amarillos. En su cuello colgaba un collar de oro al igual que en sus dos pómulos. Sus ojos eran de color naranja y su sonrisa era perpetua en su juvenil temple.

— A decir verdad no sé por qué he aceptado esta cosa… ¡Pero seguro que ha de estar más divertido que quedarme en la aldea! —gritó a la nada extendiendo ambos brazos y dejando salir una enorme cantidad de chakra de tierra en forma de golpe, el cual arrasó con parte del “monótono” escenario y aplano aún más la para nada impresionante vista del entorno que ya poseía. Su intención era clara: despejar todo para que la visión del campo fuese perfecta y absolutamente total.

Luego de eso, dio un pequeño salto y se quedó a modo de indio encima de la misma roca - que estaba rodeada por un pequeño agujero a modo de “foso” producto del anterior impacto - aguardando por la venida de su particular y extravagante contrincante. Si no estaba mal, había sido citado para las 6 de la tarde en la zona más alejada y aislada de toda su nación, de tal manera que nadie ni nada pudiese interferir con su particular “espectáculo”. 

-¿Por dónde es que era esta mierda?- Inquirió Jurôta Takatsuka, levantando una mano y bamboleándola para reafirmar su expresión. Con piel azul pálido, pelo negro lustroso peinado hacia atrás y una nariz tosca cercada por un par de orbes iracundos con ojeras marcadas, la capa de viaje ondeó con una brisa vespertina - revelando un torso de pecho amplio, hombros anchos y barriga perfectamente redonda que ocultaba una musculatura nada desestimable.

-Faltan cien metros, directamente recto hacia delante.- Respondió su acompañante, señalando al frente con una mano de dedos largiruchos. -Igual que hace cinco minutos.- Agregó con tono mordaz, levantando las cejas por sobre sus anteojos oscuros de doble espejo.

-Sí sí sí, lo que sea.- Declaró el otro chasqueando la lengua mientras mostraba los dientes, semejantes a los de un tiburón. Con una sola patada uno de los pocos árboles del paraje cayó, revelando además que el tipo iba descalzo. -Por cierto Tetsuo...-

-¿Si?- Preguntó el otro, extendiendo intencionalmente la i en su entonación.

-No quiero interrupciones.- Declaró el primero, pisando el terreno de lo que sería el campo de batalla.

-Oh tranquilo, no pensaba meterme - tengo muchas cosas que hacer: finanzas, cronogramas, horarios.- Respondió él con una sonrisa socarrona en el rostro, ajustándose los lentes con sorna. -Apenas estaré como espectador.- Espetó, reclinándose en un fino pino que había crecido quien sabía como.

-Ajá.- Concluyó, frunciendo el entrecejo al ver al tipo que se suponía, debía enfrentar en aras de cobrar una recompensa nada despreciable.

Luego de un par de minutos de espera en los que se metió el dedo meñique en el oído y se sacó cerilla, bostezo, se rasco el mentón y jugó a atrapar insectos con las manos, finalmente el de cabellos naranjas alzó el rostro y observó con calma al que sería su rival acompañado por… ¿otro enemigo? En lo que ya era la primera sorpresa del día. Se suponía que sólo sería uno.

—Holla holla holla, forasteros… — declaró con voz calmada y relajada sin pararse, apenas y alzando la vista y apuntándoles con el dedo. —¿Teneis permiso para estar aquí? Es una zona privada del país de la roca, no se permiten extraños… pero supongo que no son extraños, o al menos, no aparecidos… ¿verdad? —reafirmó para luego sacar una hoja de papel y leer el nombre del que sería su oponente.

—Ju… ro… ta — pronunció escuetamente — Jurota; ¿cuál es vosotros es Jurota? Sólo él tiene autorización para pisar campo santo… el otro debe marcharse.  Reglas son reglas —comentó con seriedad, luego arrugó el papel y lo tiró hacia atrás. —¿Pero no vamos a obedecerlas, cierto? Sería muy aburrido, muy muy aburrido… nee… ¿Entonces pelearé contra los dos?

Dicho eso, se levantó de un salto e hizo un sello.

—Doton: Chidou Kaku

Pronunciadas esas palabras en  tono tranquilo, al instante la tierra se movió y la misma piedra en la que el tipo estaba parado fue elevada por una enorme columna de tierra sólida la que levantó una especie de “pilar”, el que de inmediato lo elevó varios metros por sobre el suelo y con el que lentamente pudo ver a sus objetivos a una mayor distancia y con claridad. Sólo ahí, pudo notar que el hombre gordo era realmente imponente. Y feo, por lo demás.

—Doton: Doryu Taiga

De inmediato, desde los pies del sujeto comenzaron a emerger brotes de lodo que fueron bajando por el pilar y se deslizaron rápidamente hasta el suelo, empapando únicamente la zona en la que se encontraba el sujeto y sin expandirse demasiado ni menos amenazar con tocar el suelo en el que se encontraban los dos con los que él creía debería de enfrentarse.

—Mi nombre es Keyron, y será un gusto poder enfrentarme al hijo del legendario farol que conquista el mundo — finalizó, revelando que algo conocía acerca de la historia de los Takatsuka.

-...¿por qué en estas ocasiones no puedo librarme de la fama del viejo?- Murmuró Jurôta al avanzar hasta el límite del campo de batalla, aquella zona crítica que separaba a ambos oponentes en cualquier situación de decoro de combate. -Como sea...- Añadió bufando, dejando que las aletillas de su nariz se removieran al momento de la exhalación. -Yo soy Jurôta.- Dijo rascándose el cuello. -Y no, él solo está aquí para llenar espacio.- Explicó, justo al momento en que el aludido levantaba la mano y saludaba al que ahora les hablaba desde un sendo podio de tierra.

-Tetsuo Rado, a su servicio.- Se presentó, efectuando un ademán que contrario al más robusto de los dos, rebosaba en clase y cierto deje sarcástico, sospechosamente condescendiente. -Principalmente al de él. Es un gusto señor Keyron.- Añadió acomodándose los anteojos.

-Si si si, ya, lo que sea. Tetsuo--- Lo interrumpió el pelinegro, chasqueando los dedos. --el número dos.-

-Como digas.- Respondió el otro con una sonrisa burlona, metiendo la mano en su enorme chaqueta de viaje marrón - sacando casi de inmediato una espada curva de cien centímetros que presentando una guarda circular, venía envainada en una funda carmesí exquisitamente bordeada. Girándola una sola vez, la lanzó en dirección de Jurôta, quien la atrapó sin realmente prestar atención. -Yo estaré aquí.- Espetó, señalando con ambos índices el punto donde desde hacía minutos se encontraba parado.


-Si ya te oímos la primera vez.- Lo cortó nuevamente el ojeroso. -Bien--- Desenvainando la katana, Jurôta se colocó en la postura - que en su persona, se remitía a tomar el arma con la izquierda y apoyarla en los hombros y la parte trasera del cuello. ---empieza flaquito.- Concluyó, removiendo los dedos de los pies con uñas más largas de lo usual.

—Entonces eso lo explica todo, je —

Sin sentirse precisamente aliviado por la aclaración de sus interlocutores, al menos le agradaba ya saber quién era el famoso Jurota, que era sindicado como su objetivo. Por lo mismo, centró su desviada atención en él y solamente en él, ignorando desde ahora en adelante los movimientos que el siútico personajillo de tinte elegante tenía junto consigo. Menuda parejita hacían, ¿verdad?.

No comentó nada más, no hacía falta. Si el enorme cocodrilo barrigón que tenía por oponente le estaba cediendo la iniciativa, con gusto respondería ante sus peticiones. No aguardó y de inmediato observó su espada, por lo que ladeó el rostro y al hacer el sello del buey, al instante soltó un enorme chorro de lodo el cual se dirigió a su mano y formó una copia exacta de la espada que tenía el sujeto sostenida en su cuello. Aunque de lodo petrificado, claro estaba.

—¿Eres un caza recompensas más?  — preguntó y entonces miró al cielo, observó el paisaje despejado y su vista se perdió aún más en un águila que sobrevolaba los cielos. Luego, bajó de nuevo los ojos y saltó muy alto para después, tras dar varias volteretas en el aire, dirigirse a toda velocidad y en picada en dirección al hombre, girando cuál taladro con la espada en punta y aumentando la velocidad a medida que atravesaba las capas de viento que lo separaban de la frente del cocodrilo, la que sería utilizada como punto de aterrizaje en caso de concretar su ofensiva primaria. 

-Traficante.- Respondió Jurôta con sequedad, afilando la mirada mientras sus cejas permanecían fijas y rectas. Sus ojos oscuros que en esos momentos se tornaron inquisitivos y no por menos analíticos, captaron todos y cada uno de los movimientos del llamado Keyron.

Primero que nada y revelando una suscinta falta de originalidad, usaba la manipulación elemental de la naturaleza para crear una copia de su propia arma - algo que a todas luces resultaba ser una simple y ridícula debilidad. ¿Cómo pensaba igualar la fuerza del metal? ¿cómo planeaba afilar lo suficiente la hoja ¿cómo siquiera se imaginaba que lo iba a igualar a ÉL en esgrima, juego de espadas o como quisiera llamarle a ese arte? Con su jueguito de lodo había demostrado que su fuerte era escupir tierra, no andar dando sablazos.

Segundo, se movía como nena.

Un movimiento en arco tras el salto y caída de Keyron y la katana se interpuso entre el filo de tierra y su frente, forzándolo a aplicar la suficiente fuerza como para flexionar el bícep y finalmente lograr impulsar hacia atrás al atacante que por si mismo no era una presión de temer. De hecho, había sentido aquello muy ligero.

-Vas a tener que hacerlo mejor.- Indicó abriendo y cerrando los dedos de la mano derecha, crujiendo la unión de esta con el pulgar. -Y buscarte una espada de verdad, es decepcionante no oír rasgar el metal.- Añadió fijando sus orbes en el cuerpo blandengue del rubio, notando movimientos, manerismos, dejes, guiños, temblores, todo lo que pudiera servirle para detectar las aperturas y debilidades inherentes en su estilo.

-Una como esta por ejemplo.- Declaró de pronto con tono cortante, justo al tiempo que giraba la espada, la tomaba por la hoja entre el índice y el corazón de la diestra y la tiraba contra su oponente cual vil cuchillo. Hoja o mango, no sabía exactamente cual de los dos golpearía, pero si estaba seguro de algo: era el momento de atacar.

Tal y cómo esperaba, su primera ofensiva sólo había servido para dar el primer movimiento y no se podía sacar nada más de ello. Tranquilo, cayó con ambos pies juntos sobre la tierra y levantó el rostro con una sonrisa antes de volver a mirar directamente a los ojos del Takatsuka. No estaba precisamente confiado, pero tampoco temía demostrar un deje de seguridad en sus acciones y eso fue todo lo que necesitó para contestar a sus cuestionamientos sobre lo que podía o no hacer en dicho combate. Las cosas apenas e iniciaban, pero tenían buena pinta y eso le emocionaba. En exceso, al vez.
 
—Claro, trataré de hacerlo mejor para la siguiente —le contestó y luego vio aproximarse la espada que giraba por sobre el aire cual shuriken en dirección hacia su cuerpo. Extrañado por la manera en que le había lanzado, decidió simplemente esquivarle apartándose de ese lugar y luego continuó corriendo a gran velocidad en contra del enorme lagarto sin molestarse ni precipitarse en realizar otro nuevo jutsu o algo por el estilo. Después de todo, apenas y estaba calentando motores y supuso que el feraligatr hacía algo similar por su manera de arrojarle el arma. Siendo así las cosas, saltó al estar a un metro de él y utilizando su ligero peso como pilar, mantuvo un perfecto equilibrio y soltó varias patadas al cuerpo del sujeto una tras otra, utilizando cada uno de los impactos a modo de seguir sosteniéndose por sobre el piso a modo de “saltitos”, aprovechándose como ya se dijo de los impactos cuando “caía” para volver a elevarse y su propio control por sobre su masa corporal para impulsarse nuevamente hacia adelante.
 
En total, fueron 12 patadas. Tras la última, dio una voltereta en el aire y se elevó con todavía más fuerza al utilizar los hombros del forzudo regordete a modo de trampolín. Estando ya por sobre varios metros a su objetivo, realizó nuevamente el mismo sello y creó esta vez dos espadas las que tomó cada una por su respectivo mango y luego repitió el mismo ataque de antes, produciendo con el girar constante del eje central de su cuerpo un efecto taladro lo suficientemente potente como para bajar a gran velocidad teniendo como punto de aterrizaje la frente de su experimentado contrincante.
 
Desconocía si por ahora las acciones que había efectuado tendrían un desenlace distinto del anterior, más no perdía nada con probar una vez más, ¿no? Después de todo, energías le sobraban y por esos minutos primarios en los que los shinobis conocían a su contrincante, sabía que realmente ninguno de los ataques iba a impactar de gran manera en sus respectivos contendientes. Había que tener suerte y algo más para que eso ocurriese… 

Sin cambiar la expresión en su rostro, el pelinegro observó como su contrincante se ocupaba de evadir su nada elaborada ofensiva y lo contraatacaba con mero ejercicio de piernas. En respuesta el azulino tan solo daba manotazos con los dedos extendidos a los embates que iban dirigidos hacia la cara y desviaba los que podían considerarse como apuntando a zonas blandas, sin preocuparse de siquiera de los que chocaron contra su estómago - logrando el objetivo que en su momento, Tadahisa hubiera planeado para tal camino dietario: que la grasa sirviera como colchón. Entonces fue usado como un podio improvisado, viendo la repetición de la maniobra anterior aparte del factor de la espada terrosa doble.

Tal vez era su percepción, tal vez él era muy prejuicioso al respecto, tal vez bla bla bla lo que fuera, pero debía decir que encontraba esos intentos muy... mal cocidos, sacados del trasero, escupidos al azar, etcetera, muy etcetera.

-Meh.- Murmuró cuando vio al rubio llegar al cenit de ascenso, dando unos dos pasos adelante y redirigir su peso hacia su pierna derecha, pisando con fuerza y ladeándose de manera que su eje interno dirigía toda la potencia a su pantorrila izquierda en que en un arco inverso en diagonal habría de chocar contra el cuerpo blandegue que parecía excitado al tirarse desde arriba en línea recta como todo un pato suicida. O quizá contaba con que el giro fuera suficiente para taladrar cualquier proyectil que quisiera aprovecharse de tal ventaja inherente. Si o no, no importaba y si le daba la patada, mucho menos ya que apenas terminó el movimiento continuó el giro para darse la vuelta y encarar el punto de aterrizaje en que predijo caería el otro, extendiendo el brazo y avanzando una zancada hasta allí - ¿su propósito? Ejecutar un Lariat que golpearía el torso o en mejor caso las piernas y lo mandaría impulsado hacia una dirección que le favorecía.