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Indra Ōtsutsuki
Tiempo de cosecha
Página 1 de 1.
Tiempo de cosecha
Durante el último tramo de su viaje Vergil había tenido la suerte de toparse con un campesino que se dirigía a Konohagakure montado en una carreta donde cargaba granos que servían como alimento para los animales. Le dijo que él también iba hacia allá pero que no conocía el camino, y tras ofrecerle algo de dinero, el amable hombre aceptó acercarlo a su destino.
Vergil iba sentado en la parte trasera, mientras que el campesino guiaba a los bueyes que tiraban de la carreta. Un camino de tierra los recibía al frente, el cual se extendía por varios kilómetros donde se alzaban vastos campos, cabañas separadas por una prudente distancia y molinos.
El viaje fue relativamente tranquilo, excepto por el hecho de que el campesino hablaba más de lo que a Vergil le hubiera gustado. Pero él no era alguien de muchas palabras y le contestaba lo justo y necesario. Se había enterado de que su acompañante se llamaba Saburo Akimichi y que vivía con su esposa y dos hijas en una de las cabañas que apenas se veían a lo largo del camino, que trabajaba en el campo cultivando y cosechando granos y cuidando animales, algo sobre un festival y otros tantos detalles a los que Vergil no prestó mucha atención.
De pronto la carreta se detuvo y Saburo descendió. Era un hombre de gran contextura que de pie llegaba a medir cerca de dos metros; tenía cabello castaño y una abundante barba.
—Aquí estamos, ¡bienvenido a mi hogar! —exclamó con entusiasmo.
Vergil estuvo a punto de decirle que ya no requería de sus servicios y que iba a marcharse, pero cuando se puso de pie el hombre no le dio tiempo de decir nada.
—Imagino que has de estar muy cansado depués de tan largo viaje —Vergil le había contado que venía del país del viento; ahora se arrepentía de haber hablado de más—. Sígueme, te ofreceré un sitio donde descansar y algo de comida, pues asumo que debes de estar hambriento también.
—No es necesario... —quiso negarse.
—¡Vamos, hay suficiente lugar en mi mesa!
El Otsutsuki suspiró, resignado a que no serviría de nada discutirle a ese hombre. Tampoco podía matarlo para evitarse más molestias, eso habría sido estúpido. Además, ¿qué daño podía hacerle aceptar tan amable ofrecimiento? Debía admitir que sí estaba hambriento. Así que se rindió y aceptó.
—De acuerdo, está bien.
Saburo Akimichi guió a Vergil hasta su casa. Era una vivienda más bien humilde, no muy grande pero tampoco tan pequeña, que tenía grabado el símbolo del clan en las paredes frontales. Al entrar los recibió la esposa del campesino, a quien el hombre llamó Anissa. Era una mujer delgada y de rasgos finos, con un brillante cabello rubio que sujetaba en un tomate encima de su cabeza. Era bastante mayor y no tan atractiva.
Sin embargo, no podía decir lo mismo de las hijas del campesino, quienes llegaron minutos más tarde respondiendo al llamado de sus padres. Una de ellas era apenas una niña, de grandes ojos cafés y largos risos dorados. Era tan linda que a cualquiera le hubiera inspirado una sonrisa, excepto a Vergil, que había aprendido a mantener las emociones ocultas. La otra era ya una mujer, una joven y hermosa, que le habría sacado un suspiro a cualquier hombre. Pero, contrario a lo que pasaba por su mente, él no mostró expresión ni gesto alguno.
Luego de las presentaciones todos se sentaron a la mesa. Ya era de noche y la cena estaba lista. Vergil realmente estaba hambriento y la comida se veía deliciosa, pero se lo tomó con calma y se alimentó de la manera más civilizada posible.
Durante la cena hablaron mayormente sobre temas triviales, cosas que a Vergil no le interesaban en lo absoluto pero fingía estar oyendo. Pero también se mencionaron otros asuntos. El campesino se enteró de que el Otsutsuki sólo estaba de paso en Konohagakure y no tenía sitio dónde pasar la noche, por lo que rápidamente le hizo una propuesta.
—¿Así que no tienes a donde ir? —preguntó el Akimichi.
—Así es —asintió Vergil—. Sólo estoy de paso en este país. La verdad es que tampoco me quedaré mucho tiempo.
—En ese caso, no hay de qué preocuparse —mencionó el otro, despreocupado, haciendo un gesto con la mano—. Puedes pasar la noche aquí en mi hogar si lo deseas. Hay lugar suficiente y puedo hacerte espacio en una habitación sólo para ti.
—Es muy amable de su parte —Vergil quiso sonar gentil. Era bueno ocultando sus verdaderas intenciones y fingiendo ser quien no era—. Eso me sacaría de un gran apuro.
Pero, como lo sospechó, la oferta no venía gratis. Tras un momento de silencio, Saburo volvió a hablar.
—Estaba pensando que... —Vergil alzó la vista y lo observó expectante, al igual que la esposa del hombre—...en una semana se celebrará el festival de la cosecha. Sin embargo, no tenemos los suficientes trabajadores para lograr realizar la siega de los plantíos a tiempo —el Otsutsuki sabía lo que venía, pero lo dejó continuar—. Me pregunaba si aceptarías... Quiero decir, un hombre fuerte como tú sería de mucha ayuda para el trabajo, y ya que pasarás los próximos días aquí sería perfecto si me acompañaras.
Vergil frunció el ceño un tanto incómodo. Él no era alguien que acostumbrara a trabajar en el campo, bajo el aridente sol de la mañana a la tarde, motivo por el cual la idea no le agradaba mucho. Sin embargo, Saburo Akimichi pareció adivinar sus pensamientos, pues agregó de inmediato:
—Te ofrecería una buena paga, por supuesto.
Eso le gustó un poco más. Si quería continuar su viaje, iba a necesitar dinero.
—Suena bien, creo que aceptaré el trabajo.
Cerraron el trato con esas palabras, acordando el sitio y horario en que debía presentarse para comenzar con la cosecha a la mañana siguiente, muy temprano.
Cuando terminaron de cenar, el campesino se encargó de prepararle a Vergil una habitación y la hija mayor del hombre lo guió hacia el lugar. Le dijo que su nombre era Kimi, y que podía recurrir a ella si necesitaba algo. Luego se despidió, dejando al shinobi solo en su cuarto.
Era una sala pequeña, sólo con un futón en medio y una ventana por donde se filtraba el resplandor de la Luna. Sin más que hacer, Vergil no tardó en meterse a la cama. Al parecer le esperaba un día agitado y necesitaba estar descansado.
Vergil iba sentado en la parte trasera, mientras que el campesino guiaba a los bueyes que tiraban de la carreta. Un camino de tierra los recibía al frente, el cual se extendía por varios kilómetros donde se alzaban vastos campos, cabañas separadas por una prudente distancia y molinos.
El viaje fue relativamente tranquilo, excepto por el hecho de que el campesino hablaba más de lo que a Vergil le hubiera gustado. Pero él no era alguien de muchas palabras y le contestaba lo justo y necesario. Se había enterado de que su acompañante se llamaba Saburo Akimichi y que vivía con su esposa y dos hijas en una de las cabañas que apenas se veían a lo largo del camino, que trabajaba en el campo cultivando y cosechando granos y cuidando animales, algo sobre un festival y otros tantos detalles a los que Vergil no prestó mucha atención.
De pronto la carreta se detuvo y Saburo descendió. Era un hombre de gran contextura que de pie llegaba a medir cerca de dos metros; tenía cabello castaño y una abundante barba.
—Aquí estamos, ¡bienvenido a mi hogar! —exclamó con entusiasmo.
Vergil estuvo a punto de decirle que ya no requería de sus servicios y que iba a marcharse, pero cuando se puso de pie el hombre no le dio tiempo de decir nada.
—Imagino que has de estar muy cansado depués de tan largo viaje —Vergil le había contado que venía del país del viento; ahora se arrepentía de haber hablado de más—. Sígueme, te ofreceré un sitio donde descansar y algo de comida, pues asumo que debes de estar hambriento también.
—No es necesario... —quiso negarse.
—¡Vamos, hay suficiente lugar en mi mesa!
El Otsutsuki suspiró, resignado a que no serviría de nada discutirle a ese hombre. Tampoco podía matarlo para evitarse más molestias, eso habría sido estúpido. Además, ¿qué daño podía hacerle aceptar tan amable ofrecimiento? Debía admitir que sí estaba hambriento. Así que se rindió y aceptó.
—De acuerdo, está bien.
Saburo Akimichi guió a Vergil hasta su casa. Era una vivienda más bien humilde, no muy grande pero tampoco tan pequeña, que tenía grabado el símbolo del clan en las paredes frontales. Al entrar los recibió la esposa del campesino, a quien el hombre llamó Anissa. Era una mujer delgada y de rasgos finos, con un brillante cabello rubio que sujetaba en un tomate encima de su cabeza. Era bastante mayor y no tan atractiva.
Sin embargo, no podía decir lo mismo de las hijas del campesino, quienes llegaron minutos más tarde respondiendo al llamado de sus padres. Una de ellas era apenas una niña, de grandes ojos cafés y largos risos dorados. Era tan linda que a cualquiera le hubiera inspirado una sonrisa, excepto a Vergil, que había aprendido a mantener las emociones ocultas. La otra era ya una mujer, una joven y hermosa, que le habría sacado un suspiro a cualquier hombre. Pero, contrario a lo que pasaba por su mente, él no mostró expresión ni gesto alguno.
Luego de las presentaciones todos se sentaron a la mesa. Ya era de noche y la cena estaba lista. Vergil realmente estaba hambriento y la comida se veía deliciosa, pero se lo tomó con calma y se alimentó de la manera más civilizada posible.
Durante la cena hablaron mayormente sobre temas triviales, cosas que a Vergil no le interesaban en lo absoluto pero fingía estar oyendo. Pero también se mencionaron otros asuntos. El campesino se enteró de que el Otsutsuki sólo estaba de paso en Konohagakure y no tenía sitio dónde pasar la noche, por lo que rápidamente le hizo una propuesta.
—¿Así que no tienes a donde ir? —preguntó el Akimichi.
—Así es —asintió Vergil—. Sólo estoy de paso en este país. La verdad es que tampoco me quedaré mucho tiempo.
—En ese caso, no hay de qué preocuparse —mencionó el otro, despreocupado, haciendo un gesto con la mano—. Puedes pasar la noche aquí en mi hogar si lo deseas. Hay lugar suficiente y puedo hacerte espacio en una habitación sólo para ti.
—Es muy amable de su parte —Vergil quiso sonar gentil. Era bueno ocultando sus verdaderas intenciones y fingiendo ser quien no era—. Eso me sacaría de un gran apuro.
Pero, como lo sospechó, la oferta no venía gratis. Tras un momento de silencio, Saburo volvió a hablar.
—Estaba pensando que... —Vergil alzó la vista y lo observó expectante, al igual que la esposa del hombre—...en una semana se celebrará el festival de la cosecha. Sin embargo, no tenemos los suficientes trabajadores para lograr realizar la siega de los plantíos a tiempo —el Otsutsuki sabía lo que venía, pero lo dejó continuar—. Me pregunaba si aceptarías... Quiero decir, un hombre fuerte como tú sería de mucha ayuda para el trabajo, y ya que pasarás los próximos días aquí sería perfecto si me acompañaras.
Vergil frunció el ceño un tanto incómodo. Él no era alguien que acostumbrara a trabajar en el campo, bajo el aridente sol de la mañana a la tarde, motivo por el cual la idea no le agradaba mucho. Sin embargo, Saburo Akimichi pareció adivinar sus pensamientos, pues agregó de inmediato:
—Te ofrecería una buena paga, por supuesto.
Eso le gustó un poco más. Si quería continuar su viaje, iba a necesitar dinero.
—Suena bien, creo que aceptaré el trabajo.
Cerraron el trato con esas palabras, acordando el sitio y horario en que debía presentarse para comenzar con la cosecha a la mañana siguiente, muy temprano.
Cuando terminaron de cenar, el campesino se encargó de prepararle a Vergil una habitación y la hija mayor del hombre lo guió hacia el lugar. Le dijo que su nombre era Kimi, y que podía recurrir a ella si necesitaba algo. Luego se despidió, dejando al shinobi solo en su cuarto.
Era una sala pequeña, sólo con un futón en medio y una ventana por donde se filtraba el resplandor de la Luna. Sin más que hacer, Vergil no tardó en meterse a la cama. Al parecer le esperaba un día agitado y necesitaba estar descansado.
Vergil Ōtsutsuki- Clan Ōtsutsuki
- Ryo : 53366
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Fecha de inscripción : 25/10/2015
Re: Tiempo de cosecha
Tiempo de cosecha — Post 1
El día empezó temprano para Vergil aquella mañana. Se despertó cuando los rayos del sol aún no llegaban a tocar la tierra, pero a través de la ventana podía ver el resplandor anaranjado asomándose por el horizonte, sobre las colinas que rodaban a la aldea.
Se vistió adecuadamente y salió de la habitación. En el comedor lo recibió Anissa y su hija mayor con desayuno preparado. El Otsutsuki comió un trozo de tostada y bebió el té que le fue ofrecido, mientras cruzaba una que otra palabra con las mujeres presentes. No quería tardar mucho, ya que esperaba terminar con el trabajo cuanto antes, así que dejó el desayuno a la mitad.
—Saburo está esperándolo afuera. —le informó la esposa del campesino.
—Bien, gracias.
Sin más Vergil se paró de la mesa y salió al exterior. Todavía estaba relativamente oscuro afuera. Se quedó parado en la puerta de la casa sin saber a dónde ir, hasta que una persona apareció desde una de las esquinas y lo llamó.
—Vergil-san, veo que ya estás listo —El shinobi de la Luna alzó la vista para toparse con Saburo Akimichi, que avanzaba en su dirección con un sombrero sobre la cabeza y cargando unas grandes canastas en las manos; extendió una hacia él—. Aquí están las herramientas con las que trabajaremos. Sabes cómo se hace, ¿no?
En silencio Vergil tomó la canasta y miró adentró. Había una hoz y un sombrero de paja. No sabía a ciencia cierta cómo se trabajaba con la cosecha, pero tenía una ligera idea. Y con esa idea era suficiente, pues él era una persona orgullosa que no aceptaría que alguien más le enseñara.
—Sé como se hace. —acabó por contestar con aspereza, alzando la vista.
—Bien. En ese caso, sígueme.
Vergil siguió al Akimichi que lo guió hacia los campos en donde trabajarían. Al llegar al lugar el peliblanco descubrió que no eran los únicos presentes. Había muchas personas que ya estaban segando los cultivos, gente de diferentes clanes trabajando juntos. Aunque para él, todos eran iguales: insignificantes terrícolas y nada más.
Cuando Saburo le informó que ese era el sitio donde trabajarían, Vergil se colocó el sombrero y lo sujetó bien para no perderlo, y tomó la hoz listo para empezar a trabajar. Él era un experto en el manejo de la espada, motivo por el cual no creía que le resultase muy difícil cortar unos frutos de la tierra.
El día empezó temprano para Vergil aquella mañana. Se despertó cuando los rayos del sol aún no llegaban a tocar la tierra, pero a través de la ventana podía ver el resplandor anaranjado asomándose por el horizonte, sobre las colinas que rodaban a la aldea.
Se vistió adecuadamente y salió de la habitación. En el comedor lo recibió Anissa y su hija mayor con desayuno preparado. El Otsutsuki comió un trozo de tostada y bebió el té que le fue ofrecido, mientras cruzaba una que otra palabra con las mujeres presentes. No quería tardar mucho, ya que esperaba terminar con el trabajo cuanto antes, así que dejó el desayuno a la mitad.
—Saburo está esperándolo afuera. —le informó la esposa del campesino.
—Bien, gracias.
Sin más Vergil se paró de la mesa y salió al exterior. Todavía estaba relativamente oscuro afuera. Se quedó parado en la puerta de la casa sin saber a dónde ir, hasta que una persona apareció desde una de las esquinas y lo llamó.
—Vergil-san, veo que ya estás listo —El shinobi de la Luna alzó la vista para toparse con Saburo Akimichi, que avanzaba en su dirección con un sombrero sobre la cabeza y cargando unas grandes canastas en las manos; extendió una hacia él—. Aquí están las herramientas con las que trabajaremos. Sabes cómo se hace, ¿no?
En silencio Vergil tomó la canasta y miró adentró. Había una hoz y un sombrero de paja. No sabía a ciencia cierta cómo se trabajaba con la cosecha, pero tenía una ligera idea. Y con esa idea era suficiente, pues él era una persona orgullosa que no aceptaría que alguien más le enseñara.
—Sé como se hace. —acabó por contestar con aspereza, alzando la vista.
—Bien. En ese caso, sígueme.
Vergil siguió al Akimichi que lo guió hacia los campos en donde trabajarían. Al llegar al lugar el peliblanco descubrió que no eran los únicos presentes. Había muchas personas que ya estaban segando los cultivos, gente de diferentes clanes trabajando juntos. Aunque para él, todos eran iguales: insignificantes terrícolas y nada más.
Cuando Saburo le informó que ese era el sitio donde trabajarían, Vergil se colocó el sombrero y lo sujetó bien para no perderlo, y tomó la hoz listo para empezar a trabajar. Él era un experto en el manejo de la espada, motivo por el cual no creía que le resultase muy difícil cortar unos frutos de la tierra.
Vergil Ōtsutsuki- Clan Ōtsutsuki
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Fecha de inscripción : 25/10/2015
Re: Tiempo de cosecha
Tiempo de cosecha — Post 2
Los primeros rayos del sol ya resplandecían en lo alto del firmamento, que se había tornado de un color azul claro. El día se mantenía agradable gracias a la suave brisa matutina que se alzaba de a ratos, pero Vergil preocupado se preguntaba hasta cuándo duraría eso. Ya había experimentado el desagradable calor del sol en el desierto una vez, no estaba muy dispuesto a vivir el mismo martirio en el campo abierto.
Aun sumido en sus pensamientos el Otsutsuki no dejaba de trabajar, y lo hacía a toda prisa, esperando acabar lo más pronto posible. Ya había llenado dos canastas y estaba casi por completar la tercera. Pensó que con un jutsu habría sido más fácil terminar con el asunto —de hecho había pensado en utilizar a Yamato, su espada—, pero al parecer las personas en esa granja acostumbraban a trabajar de otro modo y él debía adaptarse. Cualquier acción equivocada podría haberlo delatado.
Cuando terminó de llenar la tercera canasta se colgó la hoz en la espalda y se encaminó hacia el granero. El terreno no le resultaba para nada cómodo ya que debía caminar por el lodo y arruinar su ropa en el proceso. Pero no podía quejarse, no le quedaba otra opción.
Los primeros rayos del sol ya resplandecían en lo alto del firmamento, que se había tornado de un color azul claro. El día se mantenía agradable gracias a la suave brisa matutina que se alzaba de a ratos, pero Vergil preocupado se preguntaba hasta cuándo duraría eso. Ya había experimentado el desagradable calor del sol en el desierto una vez, no estaba muy dispuesto a vivir el mismo martirio en el campo abierto.
Aun sumido en sus pensamientos el Otsutsuki no dejaba de trabajar, y lo hacía a toda prisa, esperando acabar lo más pronto posible. Ya había llenado dos canastas y estaba casi por completar la tercera. Pensó que con un jutsu habría sido más fácil terminar con el asunto —de hecho había pensado en utilizar a Yamato, su espada—, pero al parecer las personas en esa granja acostumbraban a trabajar de otro modo y él debía adaptarse. Cualquier acción equivocada podría haberlo delatado.
Cuando terminó de llenar la tercera canasta se colgó la hoz en la espalda y se encaminó hacia el granero. El terreno no le resultaba para nada cómodo ya que debía caminar por el lodo y arruinar su ropa en el proceso. Pero no podía quejarse, no le quedaba otra opción.
Vergil Ōtsutsuki- Clan Ōtsutsuki
- Ryo : 53366
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Fecha de inscripción : 25/10/2015
Re: Tiempo de cosecha
Tiempo de cosecha — Post 3
A media mañana todo parecía haber avanzado lo suficiente como para decir que acabarían antes del tiempo estimado. Eso era bueno, se dijo Vergil, que por un momento se detuvo a descansar y relajar sus adoloridos músculos después de haber estado cortando plantas sin parar desde el alba. Irguiéndose en su posición suspiró y se secó el sudor de la frente con el dorso de su mano. El calor estaba haciéndosele incómodo, pero agradeció que al menos hubiera dejado su abrigo en la casa en lugar de llevarlo con él.
La eficiencia que un shinobi tenía ninguna persona normal podía igualarla, y el Otsutsuki había aprovechado al máximo las habilidades que había conseguido con el entrenamiento en el arte del kenjutsu para adelantar el trabajo en la mitad de tiempo que los otros. Había notado que más de uno miraban en su dirección asombrados por el sorprendente avance, pero él actuaba indiferente al respecto.
Después de otro buen rato, Vergil empezaba a aburrirse de la tarea que le había tocado. No estaba cansado, él no se cansaba con facilidad. Sin embargo, cosechar plantaciones no era lo suyo, de hecho, era algo que le resultaba humillante. Él era un shinobi, y no cualquiera, sino un Otsutsuki; no podía rebajarse al nivel de los terrícolas. No obstante, sabía que no podía quejarse, pues necesitaba el dinero que le pagaran por cumplir su parte.
Con una nueva canasta vacía regresaba de vuelta al campo, cuando la chica Kimi lo interceptó, preguntándole si estaba todo en orden y si precisaba algo. Vergil se detuvo y la observó un momento, pensando en su respuesta. Finalmente decidió que era mejor seguir trabajando sin interrupciones para acabar más rápido, así que negó y volvió a su sitio.
A media mañana todo parecía haber avanzado lo suficiente como para decir que acabarían antes del tiempo estimado. Eso era bueno, se dijo Vergil, que por un momento se detuvo a descansar y relajar sus adoloridos músculos después de haber estado cortando plantas sin parar desde el alba. Irguiéndose en su posición suspiró y se secó el sudor de la frente con el dorso de su mano. El calor estaba haciéndosele incómodo, pero agradeció que al menos hubiera dejado su abrigo en la casa en lugar de llevarlo con él.
La eficiencia que un shinobi tenía ninguna persona normal podía igualarla, y el Otsutsuki había aprovechado al máximo las habilidades que había conseguido con el entrenamiento en el arte del kenjutsu para adelantar el trabajo en la mitad de tiempo que los otros. Había notado que más de uno miraban en su dirección asombrados por el sorprendente avance, pero él actuaba indiferente al respecto.
Después de otro buen rato, Vergil empezaba a aburrirse de la tarea que le había tocado. No estaba cansado, él no se cansaba con facilidad. Sin embargo, cosechar plantaciones no era lo suyo, de hecho, era algo que le resultaba humillante. Él era un shinobi, y no cualquiera, sino un Otsutsuki; no podía rebajarse al nivel de los terrícolas. No obstante, sabía que no podía quejarse, pues necesitaba el dinero que le pagaran por cumplir su parte.
Con una nueva canasta vacía regresaba de vuelta al campo, cuando la chica Kimi lo interceptó, preguntándole si estaba todo en orden y si precisaba algo. Vergil se detuvo y la observó un momento, pensando en su respuesta. Finalmente decidió que era mejor seguir trabajando sin interrupciones para acabar más rápido, así que negó y volvió a su sitio.
Vergil Ōtsutsuki- Clan Ōtsutsuki
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Fecha de inscripción : 25/10/2015
Re: Tiempo de cosecha
Tiempo de cosecha — Post 4
Se había pasado la tarde y el trabajo había avanzado considerablemente, ya casi no quedaban granos por cosechar. Vergil se lo había pasado todo el tiempo concentrado en la tarea, evitando la charla y cualquier otra clase de distracción. El único momento en que se detuvo fue cuando todo el mundo se permitió un pequeño descanso para almorzar.
Él no había hablado mucho con sus compañeros de trabajo, pero se había enterado de algunas costumbres y rumores sobre la Aldea de la Hoja. Supo que era una aldea shinobi y que allí convivían diversos clanes en paz. Nada extraño, ni que le llamara la atención, nada que le indicara que debía exterminar a los habitantes de la Tierra tan pronto. Eso le molestó. Era imperioso que hallara pruebas de que el chakra en aquel planeta se estaba utilizando para fines bélicos, y no se iba a detener hasta que lograse su objetivo.
Terminando de comer fue uno de los primeros que regresó al trabajo. No había vaciado el plato, pero no tenía hambre tampoco. Lo único que le interesaba en ese segundo era terminar con la humillante tarea de la cosecha cuanto antes, para marcharse a otra parte.
Se había pasado la tarde y el trabajo había avanzado considerablemente, ya casi no quedaban granos por cosechar. Vergil se lo había pasado todo el tiempo concentrado en la tarea, evitando la charla y cualquier otra clase de distracción. El único momento en que se detuvo fue cuando todo el mundo se permitió un pequeño descanso para almorzar.
Él no había hablado mucho con sus compañeros de trabajo, pero se había enterado de algunas costumbres y rumores sobre la Aldea de la Hoja. Supo que era una aldea shinobi y que allí convivían diversos clanes en paz. Nada extraño, ni que le llamara la atención, nada que le indicara que debía exterminar a los habitantes de la Tierra tan pronto. Eso le molestó. Era imperioso que hallara pruebas de que el chakra en aquel planeta se estaba utilizando para fines bélicos, y no se iba a detener hasta que lograse su objetivo.
Terminando de comer fue uno de los primeros que regresó al trabajo. No había vaciado el plato, pero no tenía hambre tampoco. Lo único que le interesaba en ese segundo era terminar con la humillante tarea de la cosecha cuanto antes, para marcharse a otra parte.
Vergil Ōtsutsuki- Clan Ōtsutsuki
- Ryo : 53366
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Fecha de inscripción : 25/10/2015
Re: Tiempo de cosecha
Tiempo de cosecha — Post 5
Vergil prefería trabajar solo, sin distracciones que lo atrasaran, por lo que se había dedicado a hacer su tarea en silencio, con calma y sin acercarse a nadie que pudiera hablarle y sacarlo de su concentración. Así había sido desde la mañana, cuando llegó al campo.
A su alrededor se escuchaban los murmullos de diferentes conversaciones que, aunque no prestaba atención, inevitablemente se veía obligado a oír. Los trabajadores hablaban acerca de sus propias vidas y familias, se quejaban de algunas cuestiones cotidianas y reían con temas que al shinobi de la Luna no le interesaban en lo más mínimo. Pero en un momento determinado uno de los hombres mencionó algo que lo hizo observar en su dirección.
—Sí, también me ha sorprendido. Muchos de los heridos llegaron aquí y están siendo atendidos en el hospital. —comentó uno de los jovenes trabajadores.
—Dicen que ha sido una enorme bestia. —expresó el otro con gestos exagerados.
—Quién sabe, esos sujetos lucían muy mal.
—Lo sabremos cuando regresen los que han ido a averiguar.
Ambos rieron.
—Será mejor que regresemos al trabajo, de lo contrario no acabaremos jamás.
Vergil volteó el rostro cuando uno de aquellos hombres observó en su dirección. Sintió curiosidad por lo que había escuchado y se preguntaba a qué se referían con ese supuesto ataque que había sucedido y quienes eran esas personas que habían llegado heridas desde el este.
Continuó con su tarea. Mientras más pronto acabara más rápido podría ir a averigurarlo.
Vergil prefería trabajar solo, sin distracciones que lo atrasaran, por lo que se había dedicado a hacer su tarea en silencio, con calma y sin acercarse a nadie que pudiera hablarle y sacarlo de su concentración. Así había sido desde la mañana, cuando llegó al campo.
A su alrededor se escuchaban los murmullos de diferentes conversaciones que, aunque no prestaba atención, inevitablemente se veía obligado a oír. Los trabajadores hablaban acerca de sus propias vidas y familias, se quejaban de algunas cuestiones cotidianas y reían con temas que al shinobi de la Luna no le interesaban en lo más mínimo. Pero en un momento determinado uno de los hombres mencionó algo que lo hizo observar en su dirección.
—Sí, también me ha sorprendido. Muchos de los heridos llegaron aquí y están siendo atendidos en el hospital. —comentó uno de los jovenes trabajadores.
—Dicen que ha sido una enorme bestia. —expresó el otro con gestos exagerados.
—Quién sabe, esos sujetos lucían muy mal.
—Lo sabremos cuando regresen los que han ido a averiguar.
Ambos rieron.
—Será mejor que regresemos al trabajo, de lo contrario no acabaremos jamás.
Vergil volteó el rostro cuando uno de aquellos hombres observó en su dirección. Sintió curiosidad por lo que había escuchado y se preguntaba a qué se referían con ese supuesto ataque que había sucedido y quienes eran esas personas que habían llegado heridas desde el este.
Continuó con su tarea. Mientras más pronto acabara más rápido podría ir a averigurarlo.
Vergil Ōtsutsuki- Clan Ōtsutsuki
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Fecha de inscripción : 25/10/2015
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