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Indra Ōtsutsuki
Tienda de Kento Yagami
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Tienda de Kento Yagami
Atrapa al ladrón — Post 1
Vergil emprendió su viaje en la mañana. Hizo parte del trayecto a pie, lejos de las villas se trasladó por los aires, y lo que restaba del camino fue asistido por un amable comerciante que le ofreció su carreta como medio de transporte. El Otsutsuki no quería levantar sospechas ni revelar su procedencia, por lo cual buscó el mejor método para tener un viaje relativamente agradable.
Y así fue. No hubo mayores inconvenientes en el camino. El viaje fue en su mayoría silencioso, pero de vez en cuando intercambiaba una que otra palabra con el comerciante. Y en una de esas conversaciones triviales el shinobi de la Luna se enteró que el destino del hombre era el mercado del País del Viento, un sitio que era conocido por la venta de productos exóticos y otros únicos que difícilmente podían conseguirse en otros lados.
El viaje por los vastos desiertos a mediodía fue agotador, aun cuando no se transportaba a pie. Vergil en ese instante estaba odiando el insoportable rayo del sol que parecía buscar asarlo ahí mismo —el clima en su tierra natal era más húmedo y agradable—, y nunca creyó agradecer más un momento que ese en que la aldea principal donde estaba el mercado más grande del País del Viento se hacía visible en la cercanía.
—Y aquí estamos: el mercado de la Arena.
El comerciante anunció su llegada a destino pero Vergil se mantuvo silencioso. Mientras recorrían las calles del mercado el Otsutsuki se vio sorprendido por la organización con que se manejaban las personas del lugar, cada uno en su puesto y manteniendo la calma.
Todo era igual a lo largo del camino, pero más allá una situación extraña parecía despuntar en medio de la —casi— absoluta calma, un hecho que llamó la atención de Vergil y de su acompañante también. Había una multitud reunida alrededor de uno de los puestos de venta y un hombre desesperado que exclamaba a los cuatro vientos mientras señalaba en una dirección; parecía estar furioso.
—¿Es normal eso? —inquirió Vergil inexpresivo.
—Lo dudo. Algo debe andar mal ahí. ¿Qué tal si echamos un vistazo?
El shinobi de la Luna no contestó y el comerciante lo tomó como un sí. No era propio de Vergil el entrometerse en asuntos que no le incumbían o no eran de su interés, pero la situación había despertado su curiosidad y creyó que no tendría nada de malo investigar un poco. Después de todo, estudiar el comportamiento de los terrícolas era la parte inicial de su objetivo.
Cuando la carreta se detuvo Vergil descendió de un salto.
—Oye, ¿Adónde vas?
—Aquí termina mi viaje.
Vergil sacó unos billetes del bolsillo de su gabardina azul y se los arrojó al comerciante a modo de agradecimiento por el viaje. Acto seguido continuó su paso para sumergirse entre el mar de personas que había alrededor del puesto de ventas y ver lo que sucedía.
El lugar era un desastre: había artículos tirados en el suelo, otros fuera de su sitio y dinero esparcido por todas partes, como si la tienda acabara de ser asaltada por un bandido.
—¿Qué ha sucedido?
Vergil lanzó la pregunta al aire, y un hombre castaño de bastante edad que se tomaba la cabeza desesperado fue el primero en contestarle. Lucía alterado y asimismo su tono de voz lo indicaba.
—¡Acaban de robarme! ¡Ese sujeto se llevó mis artículos más valiosos!
El hombre exclamaba señalando en una dirección determinada hacia las calles arenosas de la aldea, por un camino que llevaba hasta el final de la zona de ventas, donde la calle se hacía más angosta y grandes edificios se elevaban imponentes.
—Tengo que recuperarlos... Necesito ayuda. Alguien debe atrapar a ese malnacido, no es la primera vez que lo hace.
Las palabras del vendedor salían en un tono de súplica que no era muy difícil de identificar. Incluso a Vergil le causaron pena y la idea de ofrecerse a ayudarle se le presentó de inmediato. No era por el simple hecho de socorrer a un insignificante habitante de la tierra, sino que era una buena oportunidad para mostrarse como el héroe enfrente de una multitud. Y con lo que a Vergil le agradaba ser reconocido y alabado, no podría perder una oportunidad semejante.
—Yo me encargaré de él. —declaró finalmente, una astuta sonrisa asomó en sus labios.
Todas las miradas se clavaron expectantes la única persona de cabello blanco que había entre ellos. Y el desesperado hombre también lo miró abriendo los ojos grandes en sorpresa.
—¿De verdad lo harías?
—Por supuesto, no lo diría si fuese de otro modo. ¿Cuánto me ofreces por atraparlo, si te aseguro que no lo dejaré escapar?
El vendedor sabía muy bien a qué se refería Vergil y no tardó en contestarle.
—Lo que desees. Sólo pretendo que ese desgraciado pague por lo que hizo... Y quiero mis artículos de vuelta.
—Bien, así será.
Dándose media vuelta el shinobi de la Luna comenzó a caminar en la dirección que el vendedor a quien le habían robado, le indicó. Atrapar a un insignificante ladrón no era un reto para Vergil y por lo mismo se mostraba confiado, tanto que lo reflejaba en la media sonrisa que no desaparecía de su rostro mientras avanzaba.
Vergil emprendió su viaje en la mañana. Hizo parte del trayecto a pie, lejos de las villas se trasladó por los aires, y lo que restaba del camino fue asistido por un amable comerciante que le ofreció su carreta como medio de transporte. El Otsutsuki no quería levantar sospechas ni revelar su procedencia, por lo cual buscó el mejor método para tener un viaje relativamente agradable.
Y así fue. No hubo mayores inconvenientes en el camino. El viaje fue en su mayoría silencioso, pero de vez en cuando intercambiaba una que otra palabra con el comerciante. Y en una de esas conversaciones triviales el shinobi de la Luna se enteró que el destino del hombre era el mercado del País del Viento, un sitio que era conocido por la venta de productos exóticos y otros únicos que difícilmente podían conseguirse en otros lados.
El viaje por los vastos desiertos a mediodía fue agotador, aun cuando no se transportaba a pie. Vergil en ese instante estaba odiando el insoportable rayo del sol que parecía buscar asarlo ahí mismo —el clima en su tierra natal era más húmedo y agradable—, y nunca creyó agradecer más un momento que ese en que la aldea principal donde estaba el mercado más grande del País del Viento se hacía visible en la cercanía.
—Y aquí estamos: el mercado de la Arena.
El comerciante anunció su llegada a destino pero Vergil se mantuvo silencioso. Mientras recorrían las calles del mercado el Otsutsuki se vio sorprendido por la organización con que se manejaban las personas del lugar, cada uno en su puesto y manteniendo la calma.
Todo era igual a lo largo del camino, pero más allá una situación extraña parecía despuntar en medio de la —casi— absoluta calma, un hecho que llamó la atención de Vergil y de su acompañante también. Había una multitud reunida alrededor de uno de los puestos de venta y un hombre desesperado que exclamaba a los cuatro vientos mientras señalaba en una dirección; parecía estar furioso.
—¿Es normal eso? —inquirió Vergil inexpresivo.
—Lo dudo. Algo debe andar mal ahí. ¿Qué tal si echamos un vistazo?
El shinobi de la Luna no contestó y el comerciante lo tomó como un sí. No era propio de Vergil el entrometerse en asuntos que no le incumbían o no eran de su interés, pero la situación había despertado su curiosidad y creyó que no tendría nada de malo investigar un poco. Después de todo, estudiar el comportamiento de los terrícolas era la parte inicial de su objetivo.
Cuando la carreta se detuvo Vergil descendió de un salto.
—Oye, ¿Adónde vas?
—Aquí termina mi viaje.
Vergil sacó unos billetes del bolsillo de su gabardina azul y se los arrojó al comerciante a modo de agradecimiento por el viaje. Acto seguido continuó su paso para sumergirse entre el mar de personas que había alrededor del puesto de ventas y ver lo que sucedía.
El lugar era un desastre: había artículos tirados en el suelo, otros fuera de su sitio y dinero esparcido por todas partes, como si la tienda acabara de ser asaltada por un bandido.
—¿Qué ha sucedido?
Vergil lanzó la pregunta al aire, y un hombre castaño de bastante edad que se tomaba la cabeza desesperado fue el primero en contestarle. Lucía alterado y asimismo su tono de voz lo indicaba.
—¡Acaban de robarme! ¡Ese sujeto se llevó mis artículos más valiosos!
El hombre exclamaba señalando en una dirección determinada hacia las calles arenosas de la aldea, por un camino que llevaba hasta el final de la zona de ventas, donde la calle se hacía más angosta y grandes edificios se elevaban imponentes.
—Tengo que recuperarlos... Necesito ayuda. Alguien debe atrapar a ese malnacido, no es la primera vez que lo hace.
Las palabras del vendedor salían en un tono de súplica que no era muy difícil de identificar. Incluso a Vergil le causaron pena y la idea de ofrecerse a ayudarle se le presentó de inmediato. No era por el simple hecho de socorrer a un insignificante habitante de la tierra, sino que era una buena oportunidad para mostrarse como el héroe enfrente de una multitud. Y con lo que a Vergil le agradaba ser reconocido y alabado, no podría perder una oportunidad semejante.
—Yo me encargaré de él. —declaró finalmente, una astuta sonrisa asomó en sus labios.
Todas las miradas se clavaron expectantes la única persona de cabello blanco que había entre ellos. Y el desesperado hombre también lo miró abriendo los ojos grandes en sorpresa.
—¿De verdad lo harías?
—Por supuesto, no lo diría si fuese de otro modo. ¿Cuánto me ofreces por atraparlo, si te aseguro que no lo dejaré escapar?
El vendedor sabía muy bien a qué se refería Vergil y no tardó en contestarle.
—Lo que desees. Sólo pretendo que ese desgraciado pague por lo que hizo... Y quiero mis artículos de vuelta.
—Bien, así será.
Dándose media vuelta el shinobi de la Luna comenzó a caminar en la dirección que el vendedor a quien le habían robado, le indicó. Atrapar a un insignificante ladrón no era un reto para Vergil y por lo mismo se mostraba confiado, tanto que lo reflejaba en la media sonrisa que no desaparecía de su rostro mientras avanzaba.
Vergil Ōtsutsuki- Clan Ōtsutsuki
- Ryo : 53366
Mensajes : 215
Fecha de inscripción : 25/10/2015
Re: Tienda de Kento Yagami
Atrapa al ladrón — Post 2
Vergil dejó atrás a la multitud de curiosos que esperaban ver cómo se resolvía la situación del vendedor asaltado, aunque en realidad todo el mercado se encontraba conmocionado por los hechos recientes y aguardaban ansiosos a que el malechor fuese capturado. Algunos de ellos incluso habían preferido esconder sus pertenencias hasta que todo acabase.
—Lo vi correr en esa dirección.
Le había informado un transeúnte atemorizado que iba acompañado de su esposa e hijos. Le dijo que un hombre sospechoso se había precipitado por uno de los pasajes arenosos de la aldea y que había desaparecido tras doblar en un callejón. Agregó que parecía estar huyendo de alguien y llevaba consigo una bolsa de tela oscura.
Eso fue suficiente para sospechar que se trataba del ladrón. Asimismo, otras personas coincidían con lo dicho por el sujeto.
Vergil decidió creer en los testimonios de los lugareños pues no tenía otra pista que le indicara dónde podía encontrar a su objetivo. Además, el hecho no debió haber ocurrido hacía mucho tiempo y probablemente más de una persona lo había presenciado.
Vergil dejó atrás a la multitud de curiosos que esperaban ver cómo se resolvía la situación del vendedor asaltado, aunque en realidad todo el mercado se encontraba conmocionado por los hechos recientes y aguardaban ansiosos a que el malechor fuese capturado. Algunos de ellos incluso habían preferido esconder sus pertenencias hasta que todo acabase.
—Lo vi correr en esa dirección.
Le había informado un transeúnte atemorizado que iba acompañado de su esposa e hijos. Le dijo que un hombre sospechoso se había precipitado por uno de los pasajes arenosos de la aldea y que había desaparecido tras doblar en un callejón. Agregó que parecía estar huyendo de alguien y llevaba consigo una bolsa de tela oscura.
Eso fue suficiente para sospechar que se trataba del ladrón. Asimismo, otras personas coincidían con lo dicho por el sujeto.
Vergil decidió creer en los testimonios de los lugareños pues no tenía otra pista que le indicara dónde podía encontrar a su objetivo. Además, el hecho no debió haber ocurrido hacía mucho tiempo y probablemente más de una persona lo había presenciado.
Vergil Ōtsutsuki- Clan Ōtsutsuki
- Ryo : 53366
Mensajes : 215
Fecha de inscripción : 25/10/2015
Re: Tienda de Kento Yagami
Atrapa al ladrón — Post 8
(...)
Cargando la bolsa con los productos robados en una mano y arrastrando al ladrón con la otra, Vergil avanzó por las calles del mercado en dirección a la tienda de Kento Yagami. Algunas personas le habían dedicado un aplauso festejando la captura del bandido, mientras que otros observaban sorprendidos la escena. Por su parte el Otsutsuki simplemente los ignoraba.
Cuando el vendedor lo vio acercarse su mirada pareció iluminarse, mostrándose ansioso a simple vista.
—Misión cumplida.
Mencionó el shinobi de la luna arrojando la bolsa con las pertenencias de Yagami sobre la mesa donde exhibía sus productos, y lanzó al bandido a los pies del hombre.
—Mi trabajo aquí está terminado, lo que suceda con él ya no me incumbe. Así que, puede decidirlo usted.
—¡Muchas gracias! Le debo una...
Vergil estaba a punto de mencionar que podría comenzar por pagarle lo que había prometido, pero antes de que hablara siquiera el hombre pareció recordar algo.
—Ah, sí... tenga.
El vendedor sacó de su billetera una buena cantidad de ryos. «Suficiente por atrapar a un simple ladrón». Pensó Vergil mientras tomaba el dinero. Eso le alcanzaría perfectamente para sobrevivir un par de días más en la Tierra sin problemas.
(...)
Cargando la bolsa con los productos robados en una mano y arrastrando al ladrón con la otra, Vergil avanzó por las calles del mercado en dirección a la tienda de Kento Yagami. Algunas personas le habían dedicado un aplauso festejando la captura del bandido, mientras que otros observaban sorprendidos la escena. Por su parte el Otsutsuki simplemente los ignoraba.
Cuando el vendedor lo vio acercarse su mirada pareció iluminarse, mostrándose ansioso a simple vista.
—Misión cumplida.
Mencionó el shinobi de la luna arrojando la bolsa con las pertenencias de Yagami sobre la mesa donde exhibía sus productos, y lanzó al bandido a los pies del hombre.
—Mi trabajo aquí está terminado, lo que suceda con él ya no me incumbe. Así que, puede decidirlo usted.
—¡Muchas gracias! Le debo una...
Vergil estaba a punto de mencionar que podría comenzar por pagarle lo que había prometido, pero antes de que hablara siquiera el hombre pareció recordar algo.
—Ah, sí... tenga.
El vendedor sacó de su billetera una buena cantidad de ryos. «Suficiente por atrapar a un simple ladrón». Pensó Vergil mientras tomaba el dinero. Eso le alcanzaría perfectamente para sobrevivir un par de días más en la Tierra sin problemas.
Vergil Ōtsutsuki- Clan Ōtsutsuki
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