Una historia trágica

por Yoshiharu Okumura Miér Jul 24, 2013 4:13 pm

Grandes gotas de agua caían sin piedad sobre la aldea oculta entre la lluvia (ja, valla ironia), una inmensa y densa niebla se levantaba sobre mis ojos ocultando los horrores que se hallaban mas adelante, en su interior. Observaba con tristeza desde una de las ventanas de mi hogar esperando a que ellos regresaran, no me gustaba la guerra y ahora los días lluviosos que tanto me gustaban se habían convertido en días de absoluta tristeza, no solo para mí sino para todo el clan o por lo menos eso era lo que deseaba pensar.

Desde pequeño solo he conocido el calor abrazador de la guerra y la forja, no recuerdo un solo día en que no viera el agua de la lluvia teñirse de un color carmín. No he visto día en que los ninjas…no, las personas a mi alrededor no dejan de llorar por aquellos que murieron en las batallas que se suscitaban en esos días, había algunos como mis padres que se negaban a aceptar tal acto, como lo era el demostrar ese sentimiento. Decían que un shinobi no debía de sentir tristeza por aquellos que caen defendiendo a su aldea.

Observaba a mí alrededor y lo único que podía ver era a ninjas más heridos a los cuales se les intentaba atender lo mejor posible para mantenerlos con vida y llevarlos de nuevo a la batalla. Ríos de sangre transitaban libremente a través de las calles de la aldea dejando su rastro marrón sobre las paredes de adoquín, el aroma a sangre se estaba tornando insoportable y sin embargo eso no nos molestaba, nos preocupaba sobre todo el bienestar de aquellos que yacían en medio del infierno que era esa batalla.

Las frescas brisas que alguna vez refrescaron mi rostro y jugueteaban con mi cabello ahora no eran más que calientes bocanadas de aire con aroma a hierro junto con el inconfundible aroma dulzón que poseía la putrefacción. Gotas de sudor corrían rápidamente a través de mi cuerpo conforme golpeaba el metal incandescente con una maza para darle forma de un kunai alargado. Salían chispas con cada golpe que le propiciaba al metal tono amarillento en momentos me deslumbraba. Y al finalizar el trabajo el siseo y el vapor provocados por el agua al tener contacto con el metal me sofocaban, dejándome sin aliento por momentos.

Los días se tornaban más y más oscuros mediante avanzaba la batalla, la lluvia no dejaba de caer. Era como si… el cielo estuviese llorando desconsolado por aquellos que morían bajo su amplia mirada. Al mismo que le rogaba que Takasato y Karin se encontrasen bien, cada vez que llegaba un herido o un cuerpo mi corazón se acongojaba causándome la sensación de opresión en el pecho. Rezaba fervientemente por que no fuese el de alguno de ellos, no podía ir a ayudarles en la lucha porque era parte del Clan forjador, no podía abandonar mi tarea para ir a brindarles apoyo, lo único que podía hacer en esos momentos era el crear las mejores y más letales armas para que ellos para que todos los de la aldea pudiesen defenderse y pelear.

Mis brazos estaban cansados y mis manos se encontraban llenas de ampollas a causa del calor al que me encontraba expuesto y sin embargo no paraba, no deseaba hacerlo ya que sentía que era la única forma en la que yo podía ayudar a mi aldea. Aun no era tan bueno en el combate como mis amigos o como mis padres, en lo único que sobre salía era en la forja de armas. Mis manos eran aquellas que creaban las armas que segaban las vidas de los ninjas indiscriminadamente. En mis ojos se reflejaba la danzante luz proyectada por el fuego, miraba como este bailaba lentamente antes de colocar un cuadro de hierro sobre este para que se calentase. Mire al cielo por un momento, preguntándome la razón por la cual esto nos estaba pasando.

Sabía de antemano que la vida del camino ninja no era muy longeva a causa de las batallas, y sin embargo aún me negaba a aceptar esa idea. No aceptaba que las demás aldeas usaran la nuestra como campo de batalla.No es justo… Sin darme cuenta y sin demostrarlo el enojo se fue acumulando en mi interior, poco a poco hasta convertirse en un odio del cual apenas me percataba. La luz que proyectaban mis ojos se comenzó a opaco con forme pasaban los días. Los días felices y pacíficos que había compartido con aquellos que se habían convertido en mis mejores amigos, se habían convertido en simples recuerdos y promesas que quizás nunca se pudieran cumplir.