Hyo vs Ishiro

Era otra de las frías mañanas con las que se caracterizaba el País del Agua. Por la hora, los rayos del sol eran débiles para poder disipar toda la niebla que envolvía por completo todo el valle. En el cual se localizaba una pequeña villa que se podía considerar perdida en medio de la nada. No era un lugar estratégico, ni de fácil acceso.  Aunque en esa pequeña villa las noticias llegaban tarde o simplemente no lo hacían, hubo una que rompía las reglas. Se decía que en las lejanías alguien comenzó a reclutar a shinobis para una causa que todavía no estaba del todo claro. Es por esto último se consideraba solo un rumor, no había una fuente confiable  que la corroborara y parecía estar incompleta.

Esos rumores llegaron a los oídos de Ishiro, aunque en ese momento no indago más en el asunto, solo se limitó a escuchar lo que la gente decía. Aquella villa solo era un lugar de paso. Una vez que terminó sus asuntos en ese lugar, decidió retirarse y continuar su camino. Al salir, siguió el sendero principal, que al poco rato lo condujo a lo más profundo del bosque que rodeaba toda esa zona.

– Llegas tarde. – Sonó una fría voz en medio de la niebla y poco a poco entre el ambiente húmedo fue apareciendo una larga figura blanquesina que lentamente se acercó hasta el muchacho. – Bienvenido a casa. – Pronunció con ironía y al fin apareció del todo una mujer albina que usaba un pulcro furisode blanco, cuya seda comenzaba a ceñirse a su plana figura debido a la niebla y el rocío matinal. – ¿Has venido a aprender de los maestros? – Le preguntó con un gesto de malicioso interés, mientras permanecía con las manos juntas al frente, cubiertas por las largas mangas y las largas hebras de su cabello blanco desprendían el mismo resplandor que la nieve con los primeros rayos de sol. El mechón que solía caer por un costado de su rostro, se pegó a la piel de la afilada cara y los labios apenas sonrosados esbozaron una sutil sonrisa, mientras los ojos azules como cristales de hielo se clavaban en los del joven de negros cabellos a quien extendió la mano en señal de buena voluntad, pues algo en él le despertaba una cierta curiosidad y tenía la corazonada de que era el tipo de persona que buscaba para cumplir su nueva misión.

En medio de aquel bosque nubloso, una voz rompió el silencio del momento,  casi de inmediato Ishiro fue capaz de reconocerla. –Sabía que tarde o temprano volveríamos a encontrarnos– exclamó con serenidad mientras se acercó a la joven de blanco furisode. La observó fijamente, como aquella primera vez que cruzaron caminos. Seguía exactamente igual, en apariencia nada en ella había cambiado en lo más mínimo. Se detuvo a unos cuantos metros de distancia,  pensando que contestar a su última pregunta. Era clara su intención de provocarlo, incitarlo a caer en algún tipo de juego. Pero solo se limitó a hacer una breve sonrisa, por todo lo escuchado.

–No es mala idea, he de admitir que me vendría bien pulir más mis habilidades– continúo avanzando hasta quedar enfrente de la joven, esperando ver que era lo que tenía que decirle. Por lo poco que sabía de elle, muy poco en realidad, no era del tipo de persona que se anduviera con rodeos.

La etérea joven como un espíritu presagiante, ladeó ligeramente la cabeza y esbozó lo que se pudo interpretar como un atisbo de sonrisa, aunque sería difícil asegurarlo y más aún decir que intensión revelaba tal gesticulación, mas no hubo tiempo de averiguarlo, pues dio un paso más hacia el joven de azabache cabello y aunque no realizó movimiento combativo alguno, toda el aura que envolvía a la fémina estaba cargada de sed de sangre con cierto halo amenazante, y fue solo hasta que estuvo frente a frente con el joven, a muy poca distancia, que realmente sus labios dibujaron una sonrisa altiva y maliciosa, sin separarse para no mostrar los afilados dientes. – Bienvenido entonces a la Colina del Silencio. –Musitó dejando entrever con su tono de voz, que no todo sería tan fácil. – Pero para continuar deberás probar tu valía. . . – Aclaró divertida y tras hacer un guiño, dio un salto hacia atrás, volviéndose a perder entre la densa niebla, haciendo los correspondientes sellos de manos para convocar un par de pequeñas serpientes de agua que en una sincronizada danza se elevaron desde el húmedo suelo rodeando con su bello espiral al pelinegro en un claro intento de apresarlo y exprimir su talento, obligándolo a demostrar de qué era capaz.

Ataque: