Doceava Casa

Llegó a la orilla de otro lago, pero en esta ocasión había varios islotes. Decidió ver si nada ocultaba sus aguas, además notó que algo lo diferenciaba, el camino seguía por una serie de vados, los cuales interconectaban todos los islotes. Así fue que cruzó aquellas zonas anegadas, no era el mejor terreno y el área era fangosa, pero agradeció no tener que nadar como cuando evito a aquel pez. Así fue que arribó al terreno marcado como la Doceava Casa. Solo restaban dos y por fin podría terminar aquel tortuoso recorrido. EL islote que albergaba aquella casa, era un lugar tétrico. Realmente tétrico. Una serie de muñecas colgaban en los árboles. Faltantes de piezas, sucias y maltratadas. Nadie en su sano juicio las consideraría como muñecas, su aspecto aparte de ser de podredumbre era macabro. Como si en su interior sirviera para albergar cualquier ser maligno. –Perdón por molestar, pero vengo en busca de algún dulce que sea de su caridad– tan pronto dijo esas palabras, aquellos muñecos parecieron dar señas de vida.

Comenzó a  avanzar hasta una choza cercana. En su interior había  otra colección de aquellos juguetes macabros. En aquella choza, había una mesa sobre la cual se encontraba colocado un tazón con dulces. Con una leyenda escrita en un pedazo viejo de papel. “Tómelos bajo su propio riesgo”. Sin prestar atención a la advertencia, se hizo de algunos dulces y casi instantáneamente  las muñecas comenzaron a mover sus labios y hacer pequeños murmullos, que pronto se convirtieron en un fuerte escándalo. Aquellos seres que se encontraban localizados en esa isla, se manifestaron en esas viejas muñecas y querían clamar venganza sobre el Yuki. –Con que caí en su juego–  realmente se preocupó de todo aquello, no era bueno ignorar las advertencias y cuando esto pasaba, solo quedaba enfrentar las consecuencias. Fue así que abandono lo mas rápido aquellas inmediaciones, huyendo de esos juguetes infernales, que lo persiguieron hasta que salió de los límites de la isla que gobernaban.

Siguiendo las indicaciones del Jinete sin Cabeza, Hakusame y Samehada, llegaron a otro lago donde abordaron una trajinera que las llevaría al otro lado, supuestamente, porque se detuvo en una isla con una casucha. La albina miró para todos lados e hizo una mueca de asco. – Siempre he insistido en que esta isla tiene un pésimo gusto en decoración. – Dijo tratando de evitar rozarse con las muñecas sucias y tratando de no pensar en una película que vio de niña llamada “Las Vacaciones del Terror” o algo así. Al acercarse a lo que quedaba de la cabaña cantó. – Cuando el reloj marca las once, las calaveras ya no se conocen. – Y tocó a la puerta que se abrió con un molesto chirrido. Un encapuchado saltó gritando y agitando sus muñecas más maltratadas hacia ella para asustarla, semioculto en una densa niebla y de pronto la albina se encontró rodeada de muñecas que parecían tener vida, a pesar de su aspecto horripilante. La Kirisenjin enarcó una ceja y el sujeto continuó con su teatro.

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Dulces:

Tanta era la alharaca del sujeto que Hyo pensó en marcharse pero cuando este trató de ensuciarla con serpentinas en aerosol y espuma de colores, por mero instinto la malhumorada mujer le tiró un puñetazo en la cara, dejándolo noqueado, tras lo cual molesta hizo estallar parte de su chakra para disipar la niebla del lugar. Las muñecas la miraron con expresiones asustadas y la albina sonrió maliciosamente mostrando sus colmillos de escualo. – ¡Buh! – Les dijo y todas corrieron lejos. – Odio esas muñecas, son creepys. Realmente las odio siempre parece que traman algo. – Le comentó a su compañera y se sirvió a manos llenas los dulces, como si sintiera que le debían alguna clase de retribución por las molestias ocasionadas y luego regresó a la trajinera mirando al barquero. – O me llevas al otro lado de Xochimilco, o te convierto en parte de la decoración de este lugar grotesco. – Le amenazó y el asustado navegante comenzó a remar presuroso para llevarla a dónde ella quería, preguntándose si era una verdadera catrina porque era demasiado espeluznante para ser una persona.

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Dulces:

Dejo de lado Sleepy hollow con algunas lagrimas que caían de sus ojos pero minutos después logró controlarse y seguir adelante con su caminata, peor al menos hoy ella no dormiría en paz y quien sabe hasta cuando pasaría eso para que tuviera tranquilidad. Ahora su camino le llevaba hasta una cabaña repleta de muñecas de esas que parecían de colección pero le daban un aire de intriga y hasta miedo si es que estas se movieran y de verdad deseaba que esto no sucediera. Camino con calma alzando una vela cercana para ver mejor y buscar lo dulces de los tarrones y la puerta de salida para dejar esa casa, de esa forma solo quedarían dos casas más y así menos oportunidades de obtener dulces y debía aprovechar las dos casas restantes esta y la treceava.  -Dos casas más, dos casas más y podré olvidar a ese jinete aterrador y a ese monstruo de cicatrices enormes. Pero hay más dulces en juego, muchos dulces en juego- 

-¿Muñecas?- Se preguntó cuando había sido la última vez que jugaba con una de esas y en verdad no la recordaba para nada, bueno al menos esperaba que tuviera de esas bonitas y nada que ver con estas de ojos extraños y sonrisa maquiavelica que daba terror. Con calma camino y se acercó hasta donde había una muñeca cogiendo varios dulces, y se la sacó de sus manos hasta llenar su calabaza y ser feliz por todos sus dulces que guardó con alegría y dando un último vistazo a las muñecas la chica de la legión dejo el lugar para pasar a la ultima casa  donde esperaba las cosas fueran bien para ellas. Cuando salió y cerró la puerta tras de sí, se detuvo de la nada al escuchar una canción venir dentro y lo peor es que eran voces dulces y muchas, las muñecas cantaban, no podía ser posible pero tampoco se tomaría el tiempo de averiguarlo. -Hoy no, hoy no... Mejor me voy y dejo este lugar de una vez-